sábado, 18 de enero de 2014

Sin alas

Algunas veces sueño con ser un ave que vuela por los altos cielos sintiéndome viva cuando la brisa está junto a mi. Sueño con que desciendo hacia los mares y puedo ver mi reflejo libre que vive el momento con tanta pasión. Y algunas veces siento como los rayos del sol se apoderan de mí haciéndome sentir feliz, libre, bendecida. Y cuando creo que todo es perfecto, oigo el silbido de alguien que me llama para que regrese. Gentilmente despliego mis alas y me dispongo a regresar a casa, en donde está mi otra mitad. Recorro los cielos, esquivo los árboles con agilidad, veo otros animales que gozan de su naturaleza respirando la pureza de la vida. De pronto, se va aclarando la imagen de una casa. La mía. Mi hogar. Entro por la ventana que tiene la vista junto a la pradera. Observo y lo veo. Él está ahí. Me estaba esperando. Había preparado mi comida favorita y me alimenté. Cuando acabé, lo noté extraño, diferente a como acostumbra ser. Sigilosamente se acercó a mi y antes de que pudiera hacer algo pude comprender por primera vez lo que era el dolor, el sufrimiento, la agonía. No aguantaba más. De mis ojos empezaron a brotar las lágrimas que nunca había derramado y no podía comprender nada. Él me había arrancado las alas. Me colocó en una jaula vieja y la tapó con un trapo sucio que estaba roto.
No recuerdo cuanto tiempo había transcurrido desde que estaba en ese lugar frío y oscuro, donde no había afecto, calor. No podía recordar lo que era volar, lo que era ser libre, lo que era sentir los rayos del sol. No recordaba nada. 
Después de un tiempo, mientras dormía bajo aquellas rejas oxidadas que enciman tenían una tela marrón, pude notar, a través de un agujero, como él bajaba las escaleras y supuse que se dirigía a la puerta. Alcancé a ver como salía por la puerta de enfrente y lo vi con una gran sonrisa. Una sonrisa que nunca se dibujó en su rostro cuando yo era importante para él. Cuando analizo un poco más la situación veo como otra ave llega y juega con él. Ella mueve sus alas y él se ríe y se divierte con ella. Y fue ahí cuando comprendí que me había reemplazado, y peor aún, que ya me había olvidado. 
Me cambió por otra ave con colores más vívidos y se olvidó de su pequeña. Olvidó que yo aún seguía ahí preocupándome por él bajo el trapo sucio con telarañas que cubrían una jaula oxidada, pero esta vez, yo me preocupaba por él sin alas.

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